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El verano se hizo para jugar

Los escritores suelen tener ideas muy perspicaces acerca de la naturaleza del juego, su condición de ser origen de lo nuevo, de aquello que no ha sido todavía creado, siquiera imaginado, hasta el momento en que se pone en acto en un juego. Es el arte (en el sentido de inventar el mundo) naciendo del juego y de allí la importancia de jugar (para todos) como el modo de estar en el mundo y de darle un sentido. Parece existir un parentesco entre la literatura y el juego. Graciela Montes lo explora en La frontera indómita y en La gran ocasión. César Aira transforma en una obrita impecable el juego de números infinitos en El infinito. ¿O es el juego de dos chicos entrenados en sumar infinitos -lo imposible- lo que en verdad da nacimiento a la novela?

La escritora colombiana Yolanda Reyes propone comenzar el 2015 dejando jugar. Lejos de los mandatos de aprender jugando, cerca de la posibilidad de sumar imposibles.

Dice Reyes: “¿Cómo educar a estas generaciones 2015 para un mundo que nosotros, sus padres, sus abuelos y sus maestros, no alcanzamos a vislumbrar ni en sueños; para desempeñar oficios que aún no se han inventado y que ni siquiera imaginamos? Sin duda, el problema no está en los contenidos, sino en los movimientos que les propongamos a esas mentes: en la familiaridad para operar con símbolos conocidos o por conocer, en la generación incesante de preguntas, en la curiosidad y en la experiencia de inventar y transformar. Por eso, en esos castillos de arena que se construyen y se derrumban mientras usted lee esta columna, se erige El Reino de la Posibilidad, donde los niños construyen los cimientos de su casa imaginaria e inventan su propia vida.”

 

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